La violencia cada día cobra nuevas víctimas, llámese violencia psicológica, física, sexual, sea cometida contra las mujeres, contra los niños, contra los adultos mayores e incluso contra los hombres, una gama variopinta de posibilidades que día a día deja nuevas secuelas, algunas irreparables como la muerte. Es un fenómeno universal, no distingue de etnia, estrato, geografía, doctrina religiosa ni postura política. Es uno de los principales problemas sociales y de salud pública de nuestras regiones, la cual de alguna manera hemos soportado, como si fuera el único destino posible, como el ave que, acostumbrada al encierro, aun con la jaula abierta no es capaz de alzar vuelo, temblando del miedo a la libertad y a la autonomía, porque no sabe cómo ser, por fuera de su propio agresor. Muchas víctimas y sobrevivientes de la violencia tienen tal nivel de desesperanza producto de una experiencia sistemática de violencia, que afecta sus emocionales, pensamientos y aun cuando traten de salir de la situación, les llevará muchos intentos. Necesitaran también, apoyo social, respuestas certeras, eficaces por parte del sistema de justicia, profesionales preparados y sensibles a esta problemática
Pese a estos desalentadores datos, la violencia es un fenómeno prevenible reduciendo factores de riesgo asociados. Es necesario caminar hacia una política de la vida, que implica un reconocimiento de la violencia como un problema de salud pública que requiere la formulación de políticas orientadas a su prevención, la promoción de ambientes de desarrollo saludables en primera infancia, la eliminación de la violencia en cualquiera de sus formas y manifestaciones.
Es precisa la inclusión sin excepción de todas las madres gestantes, el acompañamiento en el abordaje de la crianza como motor de la humanización. La presencia de procesos enfocados en los primeros años de vida, la atención y cobertura de las necesidades básicas de las familias y de los niños y niñas en constante desarrollo. El hambre, las fuentes de estrés familiar, el maltrato, la violencia, el abandono, se asocian al escaso desarrollo de las funciones ejecutivas y al inadecuado desarrollo socio-emocional, lo que puede mediar en la presencia de dificultades tales como: falta de empatía, poco autocontrol, impulsividad, distorsiones cognitivas, que en muchos casos serán las bases de la conducta antisocial y delictiva.
Los países y las regiones con menos acceso a políticas de prevención y de salud mental desde un modelo integral son también las más violentas y desiguales. Es preciso ampliar la cobertura de salud, aumentar la calidad de los servicios de salud mental, que la salud llegue a todos y a todas son excepción sin distingo de etnia, genero, edad o clase económica, el sistema debe ser eficaz, orientado sus actuaciones no en burocracia ni en corrupción sino en decisiones basadas en evidencia y el conocimiento
La intervención se logra por medio de la prevención, la atención integral, el fortalecimiento de los sistemas, recurso humano preparado y competente, erradicar la corrupción y garantizar la transparencia en el recurso público transformar los territorios, incidir en políticas públicas y facilitar el acceso a la innovación el emprendimiento y la decolonización del pensamiento. Las transformaciones son posibles, soñar que será distinto es necesario, décadas de violencia, han sido también años de conocimiento, la violencia nunca será el camino, siempre será el acto que nos recuerda que estamos perdiendo un rastro de humanidad y de humanismo. Años de terror también han sido senderos de fortalecimiento de los saberes más profundos y ancestrales.
De manera equivocada la política criminal se ha centrado en un marco netamente punitivo, donde el aumento de penas y la tipificación de nuevas conductas son el eje del control delictivo; poco se invierte en prevención de la violencia y ni que decir de los proyectos de ley populistas que carecen de cualquier rigor y argumento para el manejo de las violencias en nuestro país. La cárcel tiene en la teoría una misión resocializadora, pero en la práctica no es así, terminan siendo una forma de decolonización, adaptando a la persona a una vida diferente a la vida en libertad, no prepara para su retorno a la sociedad, sino que separa aún más al sujeto de la sociedad “libre”.
Superar el paradigma punitivo: de vigilar y castigar como forma de hacer frente al problema de la violencia, desconociendo que la violencia como el delito es la respuesta o consecuencia a una sociedad con serios problemas históricos/estructurales, donde los grupos menos favorecidos y con menos oportunidades encuentran en el crimen una forma de ser, de hacer y de tener.
Se requieren políticas penitenciarias que realmente generen oportunidades y posibilidades de cambio y transformación humana, que no sean escuelas del crimen, ni escenarios de tortura e impunidad. Aplicación de una política restaurativa, con miradas a la restitución y el restablecimiento más allá de la mirada punitiva y castigadora del sistema carcelario. Programa de salud mental para todos y todas, prevención del consumo de drogas y alcohol, los cuales son factores de riesgos asociados al crimen.